En los contendedores de metal el aire se agota para 349 niñas y niños, y para 215 adultos. Son 652 migrantes que viajan a bordo de tres tráilers de doble carga. Son migrantes de Brasil, Guatemala, Nicaragua, Honduras y El Salvador.
Hacinados, sin agua ni alimento alguno, están a punto de llegar a la frontera de México con Estados Unidos. Ellos no lo saben, sólo sienten la muerte a punto de llevárselos. Son las ocho de la noche del jueves 7 de octubre.
En la oscuridad de la localidad de Oyama, municipio de Hidalgo, Tamaulipas, sobre la carretera Ciudad Victoria-Monterrey, los choferes de los tres tráilers hacen alto total.
Se han topado con soldados del Ejército Mexicano y personal del Instituto Nacional de Migración. De los contendores salen hilos de lamento. Los militares dirigen rayos gamma al fondo de los contendores y ahí se dibujan siluetas de personas, a punto de desvanecer.
Los soldados han roto los sellos de seguridad. Esta vez, niñas, niños y adultos migrantes, vivirán para contarla. Son originarias de Guatemala, 39; de Honduras, 28; Nicaragua, 20; El Salvador y una de Brasil; entre ellas, 349 niñas, niños y adolescentes, de los cuales 198 viajaban solos.
Ahora los choferes de la muerte, deberán ser sentenciados por tráfico de personas, un pulpo de mil cabezas, un jugoso negocio para las estructuras criminales.