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INAH y UNAM, al rescate de libros coro

La Universidad Nacional, en conjunto con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), efectúa un censo de libros de coro. “A la fecha llevamos 836 registrados, un número importante para el patrimonio bibliográfico de nuestro país”, enfatizó la investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB) de la UNAM, Silvia Salgado Ruelas.

El conteo, explicó, tiene el objetivo de llevar a cabo la cartografía y el registro para ubicar en dónde están, cuántos son y quién los tiene. La mayoría se encuentra en catedrales, y en menor cantidad en archivos, bibliotecas, museos y parroquias.

Los hemos encontrado, recordó, en las ciudades de Durango, Monterrey, Guadalajara, Morelia, Querétaro, San Luis Potosí, Puebla, Oaxaca, Acapulco, San Cristóbal de las Casas, Tuxtla Gutiérrez y, por supuesto, la Ciudad de México.

Además, algunos pertenecen a instituciones y colecciones privadas. Una vez que se publique la cartografía y el censo invitaremos a las personas propietarias a inscribirlos para tener una relación más completa de ese patrimonio bibliográfico. El registro quedará abierto, mencionó.

Siglos de historia

La Biblioteca Nacional de México (BNM), a cargo del IIB, resguarda entre sus tesoros bibliográficos uno que resalta: el Libro de Horas, Horae sanctorum, datado en la segunda mitad del siglo XV, aproximadamente en el año 1450; es el códice más antiguo de la Colección de Manuscritos de su Fondo Reservado.

Salgado Ruelas explicó que se trata de un ejemplar de apenas 16 centímetros de alto, escrito e iluminado a mano, medieval y procedente de Europa, probablemente de la ciudad de París, Francia, cuya historia es un misterio porque tampoco se conoce cómo llegó a formar parte del acervo.

Se percibe que su manufactura se remonta a alrededor de 575 años, lo cual significaría que esta obra elaborada a mano se creaba prácticamente al mismo tiempo que Johannes Gutenberg inventaba la imprenta de tipos móviles, la cual revolucionó la impresión de libros y la difusión del conocimiento.

La experta, quien realizó un estudio de dicho libro, detalló que este -referido por primera vez en el Catálogo de obras manuscritas en latín de la BNM, de Jesús Yhmoff, hace 50 años- está fabricado en vitela, un tipo de pergamino trabajado de manera tan fina que parece papel.

Era de oración, de devoción personal para quienes podían encargarlo: realeza, burguesía o cortesanos, por ejemplo. En este caso, destacó la experta, no está completo; “es como una quinta parte de lo que pudo haber sido. Las primeras páginas no están”.

Seguramente, abundó Salgado Ruelas, se vendió en partes a otras instituciones o personas. Una de sus encuadernaciones (tiene dos) indica que pudo llegar a la Biblioteca por compra o donación en el siglo XX, ya que no es la original sino moderna, con una inscripción en letras doradas en el lomo: Horae Sanctorvm – MS. Flemish xiv-xv Cent., texto en latín e inglés.

Se titula Libro de Horas porque a semejanza de los distintos momentos canónicos de rezo -cada tres horas (medianoche: maitines; a las tres: laudes; a las seis: prima; a las nueve: tercia; a mediodía, sexta, etcétera)-, los laicos también dedicaban tiempo a la oración.

En este caso, es un conjunto devocional de oficios y plegarias basados en las ocho horas canónicas. “En el manuscrito la parte que se conserva contiene salmos y lecturas dedicadas a santos”, puntualizó.

Ello, y el estilo de la iluminación, coinciden con lo que se hacía en París a mediados del siglo XV. Además, aparece la flor de lis, uno de los símbolos franceses por excelencia, y santos como Saint Denis, patrono de Francia, que está con la cabeza entre las manos, ya que fue decapitado.

En la Edad Media los artífices de los libros manuscritos iluminados eran artesanos y artistas: pergaminero, tintorero, puntador, copista, iluminador y el encuadernador. Cada producto, elaborado a mano, era una pieza única, un codex unicus.

Se iluminaban al temple, es decir, con pigmentos orgánicos e inorgánicos, vegetales, animales y minerales, mezclados con clara de huevo (para “sujetarlos” al pergamino). El color dorado se conseguía utilizando oro en polvo o en hoja, como en el que conserva la UNAM, precisó la universitaria.

La tinta de los textos es ferrogálica, a partir de sales de hierro, y ácidos tánicos de origen vegetal, y la letra es “gótica bastarda”, o sea la que se empleaba para la gente que no tenía una profesión letrada como la de médico o sacerdote. Todos están en latín.

Otros manuscritos

También hay libros de temas filosóficos, que usaban los estudiantes de los seminarios en la época novohispana; o genealógicos, para demostrar que una persona no era judía y podía trabajar en alguna institución pública o gubernamental, entre otros.

Sobresalen, por su gran tamaño, los libros de coro, que servían para la liturgia de las iglesias: algunos llegan a medir hasta 80 centímetros y a pesar 45 kilos. La BNM resguarda 16 de ellos (uno de reciente adquisición); en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México hay otros 121, y todos han sido estudiados, digitalizados y catalogados por la Universidad Nacional con la colaboración del INAH y del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez, del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.

A México, recordó la historiadora del arte, esa tradición fue traída de Sevilla, la urbe española de la que provienen los primeros libros de coro que llegaron a la Nueva España, y también los artífices, copistas e iluminadores de obras precursoras de una cultura alfabética manuscrita.

Salgado Ruelas invitó a la sociedad a visitar la página electrónica de la Biblioteca Nacional Digital de México (https://catalogo.iib.unam.mx/F/?func=login&local_base=BNDM) para conocer los manuscritos iluminados y consultarlos en formato PDF.

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