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Especialistas abordan impacto del racismo en investigación científica

Bajo la premisa de si la ciencia puede ser segregacionista, se realizó la sesión 58 del Seminario Permanente Interinstitucional “Antropología e historia de los racismos, las discriminaciones y las desigualdades”, desarrollado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

El encuentro, organizado a través de la Coordinación Nacional de Antropología del INAH, es coordinado por las investigadoras de la Dirección de Etnohistoria, Cristina Masferrer León, y del CEIICH, Olivia Gall Sonadend, y analiza las intersecciones del racismo con otros sistemas de opresión y la creación de desigualdades y discriminaciones, en diversos espacios y ámbitos sociales.

 

La sesión “Antirracismo en el quehacer científico” identificó las prácticas, teorías y políticas que perpetúan el racismo y la discriminación racial en la ciencia, con la participación del profesor de la Universidad Estatal Técnica y Agrícola de Carolina del Norte, Joseph Graves Jr., especialista en los estudios sobre raza, biología y genética. 

 

El investigador partió del argumento de que la raza no es un concepto científico, el cual se ha convertido en un tema común entre los estudiosos de ciencias sociales y humanidades, y “falla debido a que confunde dos conceptos distintos de raza: el biológico y el socialmente creado”.

 

Agregó que el primero comenzó en el mundo occidental, en el contexto de la teología cristiana, a partir del fenotipo y la ubicación geográfica; y el segundo, está relacionado con aspectos de la morfología, geografía, cultura, idioma o religión, en función de una jerarquía de dominación social.

 

A partir de esto, señaló que debe reconocerse que en los humanos anatómicamente modernos no hay diferencias raciales. “La falta de esta raza biológica no es lo mismo que decir que no hay diferencias genéticas de las poblaciones humanas, esto es totalmente cierto”, subrayó.

 

Graves dijo que la definición social de raza es histórica y culturalmente fluida, lo que significa que ha cambiado en distintas naciones, culturas y periodos. Así, México y otras naciones de Latinoamérica se diferencian de las categorías raciales de países como Estados Unidos, Reino Unido y Brasil, ya que solo reconoce una, el mestizaje, la cual enfatiza la mezcla de europeos e indígenas americanos, a diferencia de los otros, donde hay categorías basadas en el color de piel y las características físicas. 

 

Sin embargo, advirtió que ser “más europeo” se asocia con un estatus social más alto, ya que esta característica se define por las prácticas culturales y el uso de la lengua, aunque también hay una estratificación por el color de piel.

 

Expuso que a medida que los humanos migraron a través del planeta, se enfrentaron a nuevas condiciones climáticas, enfermedades y dietas, lo que condujo a cambios genéticos que aún se observan como firmas de selección en el genoma humano. “Hay cantidad muy mínima de variación genética, de ahí que la variación que vemos en los humanos modernos tiene que ver más con cambios pequeños en grandes grupos que se adaptaron”, indicó.

 

El especialista consideró que no se puede clasificar a los humanos de una forma consistente usando sus rasgos físicos, puesto que estos no dan una representación adecuada de la ancestralidad humana genética. De esta manera, no se pueden usar los genes para clasificar a los seres humanos en razas biológicas.

 

“Nuestra especie no tiene razas biológicas. Lo que tenemos son variaciones genéticas geográficamente establecidas, pero no suficiente para elevarse al nivel de razas y, por tanto, son razas socialmente definidas que no corresponden a los perfiles de nuestra ancestralidad”, reiteró.

 

A su vez, Olivia Gall comentó que, en México, donde el 21 por ciento de la población dice ser indígena, y el 2 por ciento, afrodescendiente, nadie se define como mestizo, porque es una categoría que no existe en los censos de población. “En este país la gente no habla en términos de raza realmente ni siquiera los grupos racializados, lo que ha complicado nuestra investigación, ya que hemos tenido que probar que hay racismo, a pesar de que nadie se define, a sí mismo, como parte de una raza”, declaró.

 

En su participación, Cristina Masferrer destacó que la obra de Graves ha demostrado la importancia de la ciencia y el desarrollo del racismo, pero también el potencial de las ciencias en materia de antirracismo, por lo que invitó a pensar en qué se puede hacer “desde diferentes perspectivas, pues se ha demostrado la importancia del racismo en el discurso médico, y cómo todas estas ideas se han incorporado en el sentido común por las personas en general, y es repetido por médicos y científicos”.

 

La sesión fue moderada por la investigadora del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, Sarah Abel, quien subrayó que los estudios presentados por Graves dan cuenta de que las sociedades han sido invadidas con ese sentido común racial, por lo que la mejor manera de prevenir ideas erróneas y racistas es “la transformación del trabajo científico para acomodar las multidimensiones que definen la diversidad de la sociedad humana”.

 

 

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